La parroquia fue testigo de un amor prohibido









por Armando Mathías D’Auría.


Las primeras muestras de la labor de María Luisa Bemberg son “Momentos” y “Señora de Nadie”. Estos dos filmes la ubicaron como una de las realizadoras más firmes y rigurosas del cine argentino.

Su estilo directo y su sentido de la trascendencia nos muestran la capacidad estética de la que hace gala, con su más alto exponente en “Camila”.

El tratamiento y la profundidad de sus temas denotan un alto compromiso en el análisis y desarrollo de problemas aún hoy tabú.

La acción se desarrolla durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas. La cuidada y concienzuda reconstrucción de época es digna de ser destacada por su significado formal, uno de los detalles que satisfizo sobremanera a renombrados historiadores argentinos.

Los escenarios de filmación de esta película fueron Pilar, Carmen de Areco y Chascomús, (Provincia de Buenos Aires). También se registraron escenas en Colonia (República Oriental del Uruguay).



Un verano agobiante
En uno de los almuerzos habituales en casa de mamá Paca, mi hermano Fernando D’Auría estuvo recordando aquel verano de 1984, en el cual se filmaba “Camila” con nuestra parroquia local como escenario.

Fueron días muy agobiantes y calurosos. Tal es así que la actriz Susú Pecoraro era abanicada y refrescada permanentemente luego de cada escena. Al calor se sumó el efecto del humo de incienso, que era usado para ambientar la filmación.

Además, supe que uno de los postulantes prejuveniles de Acción Católica, de nombre Claudio, fue convocado para ser monaguillo de las misas celebradas en la ficción.

Durante el día, la iglesia era desordenada por completo, más aún con la presencia del equipo de filmación. Pero, llegada la hora de la misa diaria vespertina, volvía a ser la misma de siempre. Lo único que quedaba expuesto en el templo era el púlpito utilizado por el padre Ladislao Gutiérrez (Imanol Arias).

También surgieron de la charla los lugares de rodaje de las diferentes escenas, como por ejemplo aquella en la que Camila le entrega al padre Gutiérrez la donación de ropa, en el atrio de nuestra parroquia.

Otras muy importantes fueron la del confesionario, el sermón en el púlpito, el sacrificio de la eucaristía en el altar y también el encuentro de Camila y Ladislao en la torre del campanario.

Recorriendo los últimos tramos de la vereda de la calle Belgrano, los protagonistas se dirigen hacia la parroquia donde, anonadados, encuentran al librero decapitado, cuya cabeza fue colgada de la reja del jardín parroquial.



“En el cielo”
En una típica casa colonial, con fuentes y magnolias, con un jardín que descansa en la orilla del río, Camila O’Gorman toca el piano. No muy lejos de allí suenan las campanas de la Iglesia del Socorro, donde oficia misa el presbítero Ladislao Gutiérrez.

Camila, hija de una familia aristocrática, educada según las tradicionales y severas consignas de su padre, que postula la obligación de la virginidad y la obediencia a las virtudes hogareñas, se enamora del joven cura jesuita.

En ese amor, Camila ha encontrado el por qué de su rígida existencia; todo tiene sentido mientras lo mira con los ojos del amor.

Su corazón, exaltado en el verano porteño, se atreve, con todo su candor e inocencia, a seducirlo. No hay pasión, piensa ella, que siendo pensada como impía y transgresora, no sea purificada por la fuerza del amor. Ladislao, mientras tanto, se siente doblegado por la infinita sensualidad y belleza de Camila. Se traba, él mismo, en una lucha interior sin freno, entre el cumplimiento de sus votos sacerdotales y ese amor que se enciende dentro de él.

El escándalo no tarda en cobrar importancia. La fuga de los amantes es condenada por los hipócritas moralistas, que no perdonan semejante afrenta a las buenas costumbres.

Desde los distintos países limítrofes, los detractores de Rosas utilizan la historia de los fugitivos para criticar al régimen, según ellos, cuna de la corrupción y la decadencia.

El mismo padre de Camila es el primero en condenar el amor de la pareja, pidiéndole al “Restaurador” la captura y castigo de ambos.

Escondidos en una escuela rural en el norte del país y amparados bajo nombres falsos (Máximo Brandier y Valentina Desand), creen ser libres y por ello son felices. Una nueva vida comienza para los dos. Una nueva vida comienza a latir en el vientre de Camila. Iniciada la persecución, se los descubre, encarcela y condena. Inútiles son los esfuerzos para salvarlos: las transgresiones se pagan.

En la madrugada del 18 de agosto de 1848, en un cuartel de Santos Lugares, Camila O‘Gorman y Ladislao Gutiérrez son fusilados. La sangre derramada se mezcla sobre el piso reseco, perpetuando, así, un amor prohibido. Un cajón de armas les sirve de lecho y sepultura. Unas horas atrás, Ladislao le había escrito estas palabras a quien consideraba su esposa:



Camila mía:
Acabo de saber que mueres conmigo.
Ya que no hemos podido
vivir en la tierra unidos,
nos uniremos en el cielo ante Dios.
Te abraza,
tu Gutiérrez.



La iglesia, una buena anfitriona
Si bien el argumento era digno para este film, “Camila” necesitaba de un ambiente religioso para que Ladislao desarrollara su vocación sacerdotal que inicialmente había elegido para su vida. Por eso el equipo técnico de la producción recorrió decenas de lugares de época.
En las primeras entrevistas aceptaban el rodaje para luego ser rechazadas las propuestas, aún el Museo Pueyrredon en San Isidro.
De tanto recorrer, por fin el rodaje se hizo realidad en el templo de nuestra parroquia de Pilar, que vestía características de otrora. Pero también hubo vecinos y feligreses que no estaban de acuerdo con la decisión de nuestro párroco José Ramón de la Villa.
Hoy, los amantes del cine le agradecemos a quien hasta el año pasado fue párroco su buena disposición por haber aceptado la filmación de un clásico del cine argentino.
La película en cuestión fue candidata al premio Oscar de la Academia de Hollywood como mejor película extranjera de 1985.
Debo reseñarles que “Camila” es el crisol de referencia de mis dos pasiones, el séptimo arte en un film nominado para el Oscar, por un lado, y, por el otro, mi Pilar y su parroquia, que quedó grabada para siempre en el celuloide y permite identificarme con mis colegas cineastas.



fuente: pilaradirio.com

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