Tacos Altos: una idea atrevida, una actriz decidida a darle un giro a su carrera y un personaje que dejó huella.
Por Rolando Gallego
El film de Sergio Renán, estrenado en plena primavera democrática, encontró en Susú Pecoraro a su protagonista definitiva.
Con producción de Palito Ortega y guion inspirado en cuentos de Bernardo Kordon, Sergio Renán dispuso en Tacos Altos el campo fértil para que Susú Pecoraro regresara a la pantalla grande tras el suceso de Camila. A la actriz le habían llegado, tras la nominación al premio Oscar de la película de María Luisa Bemberg, varias ofertas para trabajar en Hollywood, que pronto rechazó para volver al país y concentrarse en su carrera en televisión.
Pecoraro no pudo decirle que no a Renán, y en Tacos Altos compuso a Luisa, una trabajadora sexual que vuelve a su pueblo para llevarse a su madre y hermano a la ciudad, lugar en donde supuestamente todos tendrían una vida mejor. Pero, claro, en el trayecto, además de toparse con obstáculos, terminará por conocer la cara más cruel de su trabajo, una en donde los hombres de mala vida y el peligro acechaban en cada esquina.
La primera vez que vemos a Luisa, deslumbrante, escuchando música en un walkman, con unas botas rojas que la destacan, es en el tren, antes de llegar a su pueblo. El primer contacto lo tiene con su pequeño hermano, quien vende queso fresco en la estación; acto seguido es abordada por un par de habitantes, quienes le preguntan cómo es la vida en la ciudad. Entre esos dos polos deambulará Tacos Altos, entre aquellos que acompañan a Luisa en su vuelta y los que no soportan que se haya ido, sabiendo además, qué tipo de trabajo tiene en Buenos Aires.
Uno de los logros del film fue el de presentar a los personajes y las situaciones sin juzgar, ni siquiera en esos momentos en donde Luisa duda sobre cómo continuar su vida. Siempre se la muestra alegre, a pesar de los avatares, y con un espíritu donde la idea de progreso es avalada por el conjunto de los participantes de la historia, aunque, muy en el fondo sepan, que la situación tal vez no cambie. Como le sucede con Rubén (Miguel Ángel Solá) un pretendiente con el que ella sueña otra vida y, lamentablemente, termina quedando preso de los prejuicios propios y ajenos.
“Tacos altos es la película más curiosa de mi historia como director. Hay varios motivos: el tipo de anécdotas y el relato se suceden sin un concepto como el habitual mío de desarrollo y culminación.(...) La anécdota es sumamente pequeña y se inserta entre las más simples y humildes de las contadas por mí, incluidas las de Crecer de golpe, que era particularmente sencilla”, decía Renán a LA NACIÓN en 1985, y justamente esa sencillez es la que atrapó a Pecoraro para sumarse al proyecto, además del autor que inspiró con sus cuentos la película.
“Kordon era muy interesante, ahora nadie le da bola; Fuimos a la ciudad fue el disparador y puse cosas de otro, pero si son 15 páginas lo que quedó, es mucho. Las dificultades de Luisa era tener que elegir una pareja y elegir a los clientes. Para lo primero me manejé con datos estadísticos, para saber quiénes son las parejas de las putas, mozos, gente de la noche, y artistas. Yo conocí dos casos, un pintor y un periodista, y en eso me basé para el personaje de Miguel Ángel Solá. Y luego sumé lecturas, porque una cosa es la puta de la literatura, que las mencionaba como seres particularmente puros, en contraste con el contexto, y luego aparecieron varios datos de la realidad y yo fui el personaje de Solá en la escena del picnic”, contaba Renán en un reportaje de la Cátedra de Historia del Cine Latinoamericano y Argentino de la UBA.
Pecoraro venía del éxito de Camila, pero también de Compromiso, unitario de Canal 13, escrito por Ricardo Halac y Cernadas Lamadrid, con actores como Ana María Campoy, Ricardo Darín, Marcos Zucker, Leonor Manso, Ana María Picchio y Miguel Ángel Solá (con estos dos últimos se reencontraría en Tacos Altos), un grupo que recuperaba la mejor TV de los años setenta, desarrollando unitarios que reflexionaban sobre temas de actualidad.
“Los ochenta fue una explosión artística. Fueron los años donde había manifestaciones de arte por donde pasaras, por donde fueras, galpones, teatritos, calles, under. Fue ese momento de quiebre colmado de manifestaciones artísticas”, le dice Pecoraro a LA NACIÓN. “Yo venía de eso, de trabajar mucho en grupo en Compromiso. Ya hacía cine, estábamos ensayando teatro, no paraba de trabajar, era un momento maravilloso. Después apareció Camila; todo lo que sucedió con esa película fue mucho, porque también representaba lo que le estaba pasando en ese momento al país, esa apertura después de todo lo que habíamos vivido, que tenía que ver con la represión. Toda manifestación artística era a todo o nada, era dar la vida un poco en cada cosa. Y por eso nos iba tan bien, porque había algo de nutrirse del otro y de querer ser mejores y de aprender y de ir a ver las películas que nos gustaban”.
“Me ofrecían muchísimos trabajos que tenían que ver también con Camila, heroínas románticas y todo era como una copia de lo que ya había hecho. Entonces me llaman para decirme que hay un proyecto donde hay unos cuentos de Kordon que se van a transformar en un guion. Venía trabajando mucho con los autores y con los guiones en Compromiso, porque trabajábamos con los autores y ensayábamos toda una semana para hacer un programa. Esta profesión a mí se me aparece porque yo era una gran lectora, desde muy joven, y quería ser una escritora. Y cuando me di cuenta que podía interpretar un personaje de un autor que amara, que me gustase, me di cuenta que esa era una manera de escribir, interpretar. Y siempre fui detrás del autor. O sea, lo que me movió para ser actriz fue el autor”, afirma Pecoraro.
En los años ochenta era muy frecuente que novelas y cuentos llegaran a la pantalla grande, y Tacos Altos lo hizo a través de Fuimos a la ciudad y Domingo en el río, de Kordon, con adaptación de Renán y Máximo Soto, y también de Pecoraro. “Las primeras charlas sobre el personaje tuvieron que ver con el autor. Y entré a trabajar con Renán sobre el libro sin saber todavía si la iba a hacer o no la película. Tuvimos una etapa, porque fue mucho tiempo antes de hacer la película, de filmar. Y, bueno, trabajábamos sobre el libro, íbamos armando este personaje, la Luisa, que yo quería transmitir. El vestuario me lo inventé, esas botas las había traído de Estados Unidos, unas botas altísimas, rojas, tejanas; y usaba esos pantalones que eran como unos jeans elastizados, en una época en la que todavía no los usaba todo el mundo. También me quise poner ese pelucón para que me sacara esa carita de Susú. Y el maquillaje, y la campera de flecos que se había usado hace muchísimos años y la saqué de una valija. Y así la fui armando a Luisa. Me acuerdo que era una época que yo me ponía algunas cositas punk y le encontré la pulserita, el walkman”, dice Pecoraro.
Tacos Altos tiene verdad, una verdad que se fue encontrando durante el rodaje. “Yo la encontré cuando decido improvisar en el momento en que a Luisa la atrapa la patota. Hace mucho que no veo la película, pero recuerdo algunas cosas, que ella tenía que resistirse durante toda una caminata hasta que la llevaban al descampado. Lo hicimos un par de veces hasta que descubrí cómo quería traspasar la pantalla”, rememora Pecoraro. “Recuerdo que alguien me tocó el vestido o hizo algo con el vestido y yo dije: ‘Rompeme el vestido, rompelo, porque es ahí donde la Luisa va a manifestar su dolor’. Lo hicimos de nuevo y empecé a gritar ‘con el vestido no, el vestido, el vestido, el vestido’, y ahí pude darme vuelta como un guante frente a la cámara. Ese fue el momento en que yo sentí que estaba toda la emoción de esta mujercita, niña casi, que largaba todo su dolor a través de ese vestidito rosa que le estaban rompiendo y que a ella tanto le gustaba. Todo su dolor estaba ahí, en ese grito. Y, bueno, después lo de la violación es otro cuento que fue muy escalofriante, porque hacía dos grados bajo cero. Fue en Gualeguaychú, yo estuve todo un día y toda una noche tirada en el piso con la espalda sobre la tierra. Tuve una neumonía fuertísima después de eso, pero seguí filmando igual”.
Luisa se mostraba moderna y contrastaba por su vestimenta, look y manera de hablar: “Cuando ella baja del tren, se encuentra con su hermanito ahí y eso la ayuda a estar alegre, porque es un momento muy fuerte para ella volver a ese pueblo donde había sufrido tanto y que la había marcado para siempre. Me acuerdo que la imagen que tuve fue la de Moria Casán, que en esa época hacía ‘chiribí chiribí’ en un programa de televisión, y se lo hice al nene que hacía de hermano de mi personaje. La gente se reía mucho en el cine porque era algo muy de ese momento”, dice Pecoraro.
En la película, Luisa estaba acompañada por otras prostitutas, encarnadas por Ana María Picchio y María Fiorentino, pero también por una travesti interpretada por Willy Lemos, en una de las primeras representaciones cinematográficas en la pantalla grande de ese tipo de personajes.
“Yo llego a la película, con el miedo, el pánico, el primer día al set, a filmar con Susú y con Sergio Renán, de La Tregua, imagínate. Escenas con ella a solas, tres escenas al hilo. Sin decirme nada, y sin dejarme mirarme en el espejo, me cambian la peluca por una peluca de Miguelito Romano de pelo natural que no te puedo explicar lo divina que era. En la película, la escena en que me tengo que mirar en el espejo, Renán la volvió a hacer, y si vos te fijás bien, se nota en una parte una peluca toda marcada de señora grande, horrenda, y en la otra la misma peluca, pero divina”, recuerda Lemos en diálogo con LA NACIÓN.
“A Susú la conocí unos días antes, en El Depósito, un lugar que ya no existe y que, al igual que Cemento, fueron como la siembra que 10 años después hicieron el Parakultural. Hacíamos un espectáculo que se llamaba Besos de Neón, y Susú me vio ahí; estaba Daniel Karp, que fue el que hizo la cámara tanto de Camila como de Tacos Altos, o sea, el director de fotografía. Cuando ella vino al camarín a saludarnos, me morí, porque me morí de la belleza, de su onda, de lo que nos pasó apenas nos miramos, y cuando se da vuelta le digo: ‘Ay, tenés una cola divina’, y ese fue un texto de la película. Ahí empezó todo; yo siempre elegí personajes como para igualar en la sociedad, fui la primera travesti del cine argentino y la primera mujer trans en La Bailanta, al año siguiente”, remarca Lemos.
“El estreno de Tacos Altos fue en el Ambassador, y me acuerdo que fuimos a la mañana con mi mamá como escondidos, y nos sentamos atrás, y había algunos críticos que fueron a verla apenas abrió el cine. En la puerta del cine había fotos nuestras, esa de la escena en la cama, otra que estamos las dos en la habitación, y se me acercó un crítico muy querido, y me dijo: ‘Si los críticos son justos, esto te va a cambiar la vida’. Con mi mamá nos fuimos abrazados del cine, y me acuerdo que, en la esquina, una señora me vio y dijo: ‘Ay, vos sos el de la película... Qué gran trabajo, me hiciste llorar’”, sigue Lemos.
“Ahora que se cumplen 40 años de esta composición, de esta película, tengo una devolución hermosísima de gente joven. Hace poco fui jurado en un festival de cine, y Romina Escobar, una actriz trans muy talentosa, dijo adelante de la gente: ‘Para mí es muy importante compartirlo con Willy, porque fue la primera persona que yo registré cuando tenía 11 años, mirando a escondidas Tacos Altos, y se convirtió en un referente’. Eso es una caricia que no tiene precio”, se emociona Lemos.
En 1985, con el retorno de la democracia aún fresco, Tacos Altos marcó el regreso a la pantalla grande de una de sus actrices más populares, rompiendo con lo predecible y, de alguna manera, otorgándole en el cine la madurez para dar sus próximos pasos, certeros y firmes.
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